Si llevamos este principio al ámbito de las relaciones con los demás, podemos extraer interesantes y relevantes conclusiones.
Por ejemplo, tomemos el aspecto de las debilidades y los defectos de las personas. Primero los observamos y registramos en nuestra conciencia. A continuación, si cometemos el error de relacionarnos con alguien manteniendo sus defectos y debilidades en nuestra visión, lo que estamos haciendo en realidad es reforzar esos defectos ya que les estamos dando atención y por tanto energía.
Es un proceso sutil y tan cotidiano que, con frecuencia, pasa desapercibido. Nuestra visión de la otra persona está distorsionada, sesgada y condicionada por las debilidades que mantenemos en nuestra conciencia en el momento en que hablamos y nos relacionamos con ella. No nos debe sorprender, por tanto, que la persona responda desde comportamientos asociados a esas debilidades. De alguna forma, es lo que estamos “iluminando” con nuestra mirada. Este tipo de relación crea desarmonía y resentimiento.
Esto no quiere decir que ignoremos la realidad de esas debilidades. A nivel espiritual lo que necesitamos es practicar el ver y no ver a la vez. Es decir, puedo ser consciente de que alguien tiene una debilidad, pero lo que mantengo en la conciencia es una visión poderosa y positiva del ser humano que tengo frente a mí.
Así, la clave reside en considerar a la persona como un ser espiritual, lleno de recursos y potencial. Incluso si tiene una debilidad, y es algo evidente, mi visión se dirige a la bondad, a las virtudes de esa persona y mantengo en mi interior una perspectiva elevada de su potencial de transformación. Ni etiquetamos ni condenamos.
Si practicamos esta visión espiritual y elevada, estaremos “iluminando” con nuestra visión la grandeza de la persona y nuestra relación se llenará de respeto y armonía.
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