Al aceptar incondicionalmente a los demás, les ayudamos a que se quiten sus
máscaras y que se encuentren a gusto tal y como son. La seguridad de ser
aceptados les da la libertad de ser ellos mismos y les permite llegar a conocerse fácilmente y también a aceptarse a sí mismos.
Sólo nos podemos sentir cómodos cuando nos adaptamos a nuevas situaciones y a diferentes maneras de hacer las cosas si somos alegres y permanecemos
tranquilos. A menudo nos resistimos a las nuevas ideas de los demás o a las
circunstancias cambiantes debido a que tenemos celos, desconfianza o resentimiento. Si alejamos esta negatividad, empezamos a ver con una visión
positiva y podemos incluir nuevas perspectivas en la vida, con un sentido de
franqueza y aventura.
A medida que crece nuestra fuerza espiritual, abandonamos el hábito de
preocuparnos. Para nada sirve, como no sea para llenarnos de tensión y
hacernos sentir desdichados. Cuando dejo de inquietarme por cosas que están
más allá de mi control, y en cambio me concentro en crear pensamientos
optimistas y bondadosos, mi vida se encauza en direcciones mucho más
positivas. Al encarar la vida con espíritu liviano y optimista puedo afrontar y
aceptar con calma todo lo que ella me depare.
Alentar mi optimismo es el mejor modo de conservar la alegría. Para lograrlo
puedo empezar el día meditando sobre cómo derramar luz y amor en las
situaciones que se me presentarán a lo largo del día. Si luego me mantengo en
contacto con el espíritu de Dios y con su benévola mirada, la felicidad interior
que me embargará me ayudará a afrontar y aceptar cualquier situación sin
sentirme agobiado.
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